3. Qué profunda sabiduría tuvo aquella santa alma que pudo decir: «Mi espíritu está firme y cimentado en Cristo» (Santa Agueda).
Si así fuera también para mí, no me atormentaría tan fácilmente el temor humano ni me lastimarían los dardos de las palabras.
¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién puede ampararse de los males futuros? Si también las desgracias que eran previstas, con frecuencia provocan lesiones, ¿cómo no herirán gravemente las imprevistas?
¡Miserable de mí! ¿Por qué no he tomado las debidas precauciones? ¿Por qué confié tan fácilmente en los demás? Somos hombres, nada más que hombres frágiles, aunque muchos nos consideren y nos digan ángeles.
Señor, ¿a quién creeré? ¿A quién, sino a ti? Tú eres la verdad que no engaña, no puede engañarse. En cambio todo hombre es mentiroso (Sal. 115, 11), débil, inestable y resbaladizo, especialmente en las palabras, de modo que apenas se le puede creer lo que a primera vista parece recto.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.