4. Te doy gracias a ti, de quien todo precede, si algo de bueno llevo a cabo. Porque yo no soy más que vanidad, una nada ante ti (Sal. 38, 6) y un hombre inconstante y débil.

¿De qué puedo gloriarme, entonces? ¿Cómo puedo pretender que otros me estimen? ¿Tal vez por la nada que soy? Esto sería una vanidad todavía mayor.

Verdaderamente inútil es esta gloria, una peste maligna y una enorme tontería, porque nos aparta de la honra auténtica y nos despoja de la gracia celestial.

Mientras se complazca de sí mismo, el hombre te desagradará, y mientras aspire a las alabanzas humanas, se privará de las verdaderas virtudes.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.